martes, 10 de agosto de 2010

Una fiesta de pastillas.


Al comienzo de la fiesta, no había el eco suficiente de voces para cubrir lo vacío que estaba el lugar. Habían rostros que asemejaban a una fotografía tomada años atrás. Pero no duró mucho para que el aburrimiento me envolviera y me hiciera prender un cigarrillo.
La gente iba llegando, y el espacioso lugar acaparaba de variables personalidades, miradas y edades. Entonces me adentré a donde la multitud de personas bailaban... Con el fin de encontrarme algún conocido. Y ahí estaban... Apartados en un rincón, observando y en busca del licor. Conversé lo necesario para no exponer mi pequeño disgusto por la fiesta; Me topé con un vaso desechable y sin pensarlo dos veces me fui a la cocina y me serví agua. Tomé el frasco, tomé tres de las 15 píldoras. Pero no me bastaba para sentirme lo suficientemente bien; Entonces tomé otras más hasta el punto de perder la cuenta. Al poco tiempo de haberlas consumido, el cruzar del pasillo se iba perdiendo junto con la realidad, y sentía como mis pies no conseguían tomar control para continuar el curso del camino.
La cabeza empezó a darme vueltas, y por más que quisiera estar cuerda y pararme derecha, era inevitable el tener que aferrarme a la pared. Me obligué a confesarle lo que había hecho a uno de mis mejores amigos.

Más tarde me entró el sueño y el silencio. Y momentáneamente escuché decir del vacío: "Mantente despierta"..."Más vale estar atentos a cualquier posibilidad de que te pudiera dar un paro cárdiaco"... En ese momento sentí temor corriendo furiosamente por mis venas.

Llegué a pensar en lo qué diría mi madre si se enterara de mi pseudo intento de suicidio.
Y los recuerdos se amontonaron escurridisos, donde veía sonreír a cada uno de mis amigos, y cada vez se volvían más difusos, hasta finalmente desvanecerse en medio del vacío.

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